Duerme, que viene el coco

jueves, 18 de enero de 2018

La ciudad del descanso eterno

En uno de mis habituales paseos por Almería, mi ciudad adoptiva, he acabado visitando un espacio que, por norma, no es lugar placentero: el Cementerio de San José, fundado en el año 1867.
Mis inquietos pies me llevaron hasta allí obedeciendo al impulso de la vista de tan maravilloso portada, que hacía tiempo había llamado mi atención.
Atravesando el pasillo central, al fondo y a la izquierda se llega al cementerio primigenio, un tanto abandonado, pero no por ello menos digno de visitar.
Pero mi sorpresa fue mayúscula al entrar en la zona donde se alzan unos majestuosos mausoleos, unas bellas construcciones edificadas en plena corriente romántica.
Por unos momentos, mi mente viajó a aquella época, lejos del ruido de escandalosos motores, del nuevo apéndice que continuamente tenemos entre las manos y no deja de sonar, lejos de todo.
De pronto, sentí que no estaba sola. Me estaban observando.
Giré la cabeza para encontrarme de frente con la altanera mirada de un curioso guardián: un felino anaranjado me contemplaba con desdén.
Decidí regresar, y quizás no me crean, pero al entrar en la parte nueva del cementerio volví a oír los sonidos que nos acompañan a diario.
Para mi sorpresa, mi peculiar centinela aguardaba a un lado del pasillo central.





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